Si alguna vez caminaron por los senderos húmedos y espesos de las Yungas salteñas, sabrán que por esas latitudestodo parece posible. La niebla que se enrosca entre los árboles, los sonidos que vienen desde la espesura se amplifican, se siente hasta el crujir de las ramas que no se ven. En ese escenario enigmático, donde lanaturalezaes reina y señora, nació una de lasleyendasmás persistentes del folclore andino: la delUcumar,esa figura peluda,mitad hombre mitad bestia, con ojos penetrantes y pasos sigilosos que eriza la piel de quienes aseguran haberlo visto. 
Pero, ¿y si el Ucumar no fuera solo un mito? ¿Y si detrás de esas historias que se cuentan al calor del fuego hubiera un animal real, esquivo y amenazado, que caminó, y quizás aún camina, por los cerros del norte?
Esas preguntas volvieron a tomar fuerza en los últimos años, cuando unequipo de investigadores argentinos y bolivianosconfirmó nuevosindicios de la presencia del oso andino, también conocido como oso de anteojos, enzonas limítrofes entre Bolivia y Salta. El animal, elúnico oso nativo de Sudaméricay el más austral del planeta,es una especie que combina misterio, poder y una belleza que impone respeto. Y,para muchos, es el verdadero rostro detrás del Ucumar.
La sombra del UcumarDesdetiempos precolombinos, el oso andino fue venerado porpueblos originariosde la región. En laslenguas quechua y aymara, la palabra “Ucumar” significa justamente “oso”. Con el tiempo, ese animal real, poco visto y más aún comprendido, fue transformándose en un ser casi mitológico, una criatura entre lo salvaje y lo humano, que bajaba de los cerros de noche y desaparecía al amanecer.
Los relatos populares lo describen concuerpo robusto, pies y manos enormes, y un rugido que hiela la sangre. Según laleyenda, se lo ha escuchado en lasladeras del cerro Crestón, en laquebrada de Humahuaca, en elChaco salteñoy en losvalles interandinos de Bolivia.Siempre enlugares difícil acceso. Siempre en lafrontera entre lo real y lo fantástico.
Detrás de la leyenda, hay ciencia.Losbiólogos Fernando Del Moral y Noelia Gómez, integraron el Proyecto Juco–Yaguajuco, siguiendo las pistas deloso andino. Tiempo atrás, participaron de unrelevamiento en El Palmar,una zona protegida deldepartamento boliviano de Chuquisaca, donde se entrevistaron concomunidades Yamparas,descendientes de pueblos originarios, que aún conviven con elmontecomo sus abuelos.
“Escuchamos relatos sobre ataques a ganado, rastros y avistamientos. Muchos de ellos coinciden con lo que sabemos del comportamiento deloso andino”, contó en su momentoDel Moralen diálogo conEl Tribuno.El área, dominada porbosques tucumano-bolivianos,valles secos interandinosyChaco serrano,tiene una conexión ecológica directa con el norte argentino. Solo una frontera artificial lo separa de Salta.
En paralelo, enterritorio argentinose recopilaron a principios de esta década,pruebas indirectas que alimentan la hipótesis de su presencia: heces, pelos, huellas y testimonios de pobladores.Muestras biológicas enviadas a laboratorios permitieron extraerADN compatible con el oso de anteojos.No se trata de pruebas concluyentes, pero sí de piezas que, juntas, componen una imagen cada vez más clara.
Una especie en peligroElTremarctos ornatus, como lo nombran los científicos, es un animal solitario, diurno y mayormente vegetariano, aunque no le hace asco a algunos insectos o pequeños animales. Su rasgo más distintivo es el patrón de pelaje claro alrededor de los ojos, como si llevara unos “anteojos”. De ahí su apodo.
Los machospueden medir hasta dos metros de largo y pesar más de 150 kilos. Sus patas delanteras, más largas que las traseras, lo convierten en un excelente escalador. Se han reportado osos durmiendo en plataformas de ramas construidas por ellos mismos, como si fueran hamacas selváticas.
Pese a sus habilidades,el oso andino está amenazado de extinción.La caza furtiva, la pérdida de su hábitat por la expansión agrícola y la fragmentación de los bosques lo pusieron contra las cuerdas. LaUnión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN)lo incluyó en su lista de especies vulnerables y reconoció oficialmente su presencia en Argentina.
Ante este panorama, los investigadores impulsaron en 2020 unacuerdo binacional entre el Proyecto Juco, la Fundación Félix de Azara y las autoridades de El Palmar en Bolivia,que contemplaba acciones demonitoreo, educación ambiental y resolución de conflictos entre osos y productores ganaderos.
El objetivo apunta a preservar a esta especie únicay también trabajar con las comunidades para que el oso no sea visto como un enemigo, sino como parte de su entorno. Hasta instalaroncámaras trampaen zonas estratégicas, para captar al menos un registro directo que despeje toda duda. Sin embargo, el oso de anteojos hasta el momento deja ver una de sus principales características: el misterio.
El rugido sigue en el montePuede que elUcumarhaya sido solo una forma de explicar lo que no se conocía. O tal vez haya sido, desde el principio, una manera derendir homenaje a un animal poderoso y esquivo,que no se deja ver fácilmente pero deja su marca. Hoy,el oso andino sigue siendo un símbolo de ese norte misterioso,donde la selva esconde secretos y el monte susurra leyendas.
Quizás algún día una de esas cámaras logren una imagen clara, irrefutable, de unoso andino en territorio salteño. Mientras tanto, la historia sigue viva. Y elUcumar, en lugar de extinguirse, vuelve a caminar, aunque sea en la imaginación, por lossenderos de las Yungas.Y eso, también, sin duda, es una expresión de resistencia.